lunes, 25 de octubre de 2010

A Droppy

Naciste del semen de Guzmán
de las macanas de las grandes avenidas
de la tinta hipodérmica del asfalto
el macrobús de tu alma
eres la chora de la generación
el más egregio de Larios
el peor discípulo del César

Onetti sollozando en el subsuelo
Benedetti hecho un manojo de flores por ti.

[Todo esto por no haber venido, puto. Te odiamos, wey]

Atte: el Absa y Ela.

martes, 5 de octubre de 2010

Jauria Sicarií

Aquí se mata porque se puede, porque no pasa nada, no hay carcel ni remordimientos ni averiguaciones previas. Aquí señores, hay un cuerpo sin vida pero no le importa a nadie. Se dispara porque es sustento, adrenalina y poder. Se rafaguea porque a la luz del incendio hierve la sangre y la vida vale lo que las cenizas. Se avanza en este valle de muerte porque la furia viene de adentro, tan milenaria como el hambre, porque el dinero refulge y es necesario saciar deseos primarios: asesinar y poseer.



Aquí se mata porque el hombre estorba al hombre y urge bañarse de sangre, sentir el poder que Dios nos habia hecho creer que no era nuestro: decidir sobre otra vida, con quijadas en el origen, con kalashnikovs ahora.



Estirpe de Caín: Jauria Sicarií.



Gerardo Esparza

domingo, 19 de septiembre de 2010

...

Las sonrisas tan absurdas como la vida misma. Hilario poco a poco muere dentro de si, no se ha dado cuenta. La vida como personaje de novela, la vida como la muerte, el polvo como carne.

martes, 7 de septiembre de 2010

Sayak Valencia Triana

"Y aqui, se me hace el cuerpo nudos. y la garganta empieza a decir tu nombre en voz baja, como invocandote, como si mi memoria pretendiera creer que decir es hacer.

y no llegas y los ojos se me nublan y la preocupacion crece, y el amor crece, y mi cuerpo crece al acelerarse la respiracion que puede ser de angustia mezclada con deseo.

y no llegas y yo trato de aferrarme al mundo, trato de cerrar los ojos y sentir Madrid por el cuerpo, trato de cerrar el oido y recuperar tu voz en mi cabeza.

Recuerdo la logica de las z´s y de las c´s, que alguna vez me explicaste mientras estabamos en tu cama y recuerdo tambien que tu discurso fue tan convincente que tuve que admitir que toda mi vida he hablado de manera incorrecta, tambien pense que mi vida esta poblada de cosas equivocadas, pense en la felicidad, en el tenerte allli, en ese instante, tocandote y mirandonos a los ojos como si nada en el mundo fuera mas importante que ese justo momento, ese donde la pupila crece y crece y crece dentro de si misma, crece tanto como la hace crecer un arponazo en la vena, crece y se dilata como cuando en la sangre cabalga una droga dura, pero no habia drogas,

o tal vez si,


porque habia rios que escurrian de mis piernas y de tus piernas. habia lenguas. hay lenguas y lenguajes e idiomas travestis y deformados.

te has preguntado alguna vez el por que tú y yo hablamos y no hablamos el mismo idioma, es decir, porque, o en que momento tu idioma se volvio un travesti, un enjambre, un alebrije que tiene mil extremidades que le naccen en otras latitudes y paises?

y no llegas y yo empiezo a disertar sobre el lenguaje, a pesar de que las letras me dejen sola, a pesar de los pesares y de la lumbre en las yemas de estos dedos que no se cansan de reventar llagas en estas teclas.

has escuchado alguna vez como suena la explosion de una llaga?

y no llegas y yo espero y seguire esperando, mientras mis letras quieren construirte de este lado, del lado de aqui, en el aqui del aqui, es decir en el ahora".

viernes, 3 de septiembre de 2010

Missharo

me moría de ganas por desembocar en tu casa
por partirte en abrazos durante la noche
por lamerte la piel con pensamientos

martes, 24 de agosto de 2010

La hoja

[la hoja]

Quiero dejar de temblar.
cuando escucho tu voz quiero ser tallo
y no hoja sacudida
y no esta espasmo que me quiebra.
Nunca más esta verguenza.
Pero escucho tu voz y sigo siendo
la palabra arena cayéndose de seca.
El águlo por donde se rompe en pedzos la certeza.

Afuera llueve y adentro
amanece un perro muerto en mis esquinas.
¿Es esto la ciudad?
Un loco balbucea con su vestido de piel: saliva.
Los niños juegan a morir en paz.

He dicho que quiero dejar de temblar pero tu voz son
demasiadas voces
y alrededor se me estrecha sobre el cuerpo
en espiral.

¿Qué se hace cuando no se puede respirar?

Me da pena caer como caen a veces las cosas
de rodillas.
Cuando la debilidad me envuelve en su hálito
de espinas
los objetos son de helio y huyen despavoridas a otro
lugar.
Y el temblor no cesa
y soy hoja que cruje y nunca tallo
espasmo, sincope de luz, quebranto.
Un navío transparente sobre aguas de cristal.
¿Qué se hace cuando el suelo empieza a girar?
Me da pena arrastrarme entre las patas de las sillas
y ser la mosca que da vueltas en el frasco del espanto.

Afuera sigue lloviendo y dentro
me avergueza este cuerpo desollado
estos ojos al revés
esta colleción de insectos incrustados en la tapa
de la lengua.
Me da pena que me preguntes que pasa
y tartamudear con la cara sobre el ventanal: nada
es sólo la lluvía y la hoja que caen.

--Cristina Rivera-Garza. Los textos del Yo. FCE. Págs. 71-72.)

lunes, 16 de agosto de 2010

Felicidades

La felicidad no es un línea recta sino un
sistema de bifurcaciones. Un tejido de ignorancias. En el despejado
horizonte de la felicidad, los planes pueden desmoronarse sin ningún
aviso ni presentimiento. Derrotados por la naturaleza, alcanzados por un
ataque al corazón, por el capricho del rayo. A la luz del incendio,sin
embargo, vuelve como salmón cuesta arriba, remontando el delta,
volviendo al torrente que a veces baña tu sangre, incendia tus venas e
irrumpe en tu boca: Descarga de adrenalina: Felicidad efimera.

domingo, 15 de agosto de 2010

Escribir

“El escritor no necesita libertad económica. Todo lo que necesita es un lápiz y un poco de papel. Que yo sepa nunca se ha escrito nada bueno como consecuencia de aceptar dinero regalado. El buen escritor nunca recurre a una fundación. Está demasiado ocupado escribiendo algo. Si no es bueno de veras, se engaña diciéndose que carece de tiempo o de libertad económica. El buen arte puede ser producido por ladrones, contrabandistas de licores o cuatreros. La gente teme descubrir exactamente cuántas penurias y pobreza es capaz de soportar. Y a todos les asusta descubrir cuán duros pueden ser. Nada puede destruir al buen escritor. Lo único que puede alterar al buen escritor es la muerte. Los que son buenos no se preocupan por tener éxito o por hacerse ricos”

William Faulkner

viernes, 13 de agosto de 2010

La boca masoquista

La boca es adicta a sentir explosiones en su cielo , el sabor que inunda y arde entre las comisuras de los labios y las capas del paladar es doloroso, erosionante, largamente conocido, largamente deseado. Un sabor que ha estado allí desde el inicio del lenguaje, desde el inicio del deseo. El sabor del apetito, el sabor sin máscaras que acribilla la lengua e inunda la saliva. El sabor de un país, de una mujer, de una adicción. El sabor que si tuviera una metáfora sería la sensación de alfileres o espinas cercando el interior de la bóveda bucal.

Sayak Valencia Triana

Afuera

Llueve afuera y se apaga el incendio que cabalga desbocado por mis venas.

Reconstruyendo

El desorden vuelve a los sueños, dificil reconstruir días despues del terremoto de la memoria, piedra a piedra fueron derribados por el paso del viento, y sin embargo estamos aquí, tratando de reconstruir sueños añejos y multitudinarios donde tú apareces entre brumas:
Cerrar de ojos: Clausura de parpados y viene la hacatombe. La oscuridad ha sido salpicada de colores enteros y vivos, de imagenes herrumbrosas en espacios compartidos. Te sueño en un viejo auditorio vuelto discoteque, compartiendo cerveza, alumbrados por luces de neón que no iluminan, solo deslumbran a jovenes que se creen diferentes, que son especiales entre ellos, que se recordarán hasta el año cero, que quieren beberse el mundo en un envase de vidro con sabor a malta y que no se han dado cuenta que que la juventud es tan efimera como el sabor de un beso en la mejilla. Ahí estamos tú y yo y muchos más, sombras imprecisas que me son dificiles de otorgarles un rostro, un nombre, un recuerdo. Estamos tú y yo y la música nos acompaña. Estamos y no estamos. Porque tú ya no eres tú y yo hace años que deje de ser yo. Estamos en un lugar impreciso: ¿laguna? ¿parque? ¿salones? ¿plaza?: No importa, estamos que es lo importante. Estamos y reimos a la luz del incendio, reimos aunque no sé de que o porque. Reimos y la risa truena, cimbra los muros estrechos del sueño; increible que una risa que no se escucha hace años recorra kilometros, millas, para hacerse presente en un sueño distante, para taladrar la memoria que la creia olvidada, pero aqui esta, ahi esta, tu risa envuelta en humo. Y de repente ya no estamos, ya no estas, eres sombra de tu sombra. Bifurcaciones del sueño. Vuelves a la plaza de La Loma ¿eso lo recuerdo o lo sueño? y bebemos tequila, reimos (siempre reimos: en sueños, recuerdos y realidades) y lloramos ¿porque lloramos? carajo, no lo descubre la evocacion del sueño. Sueño que sueño para descubrir el sueño. No puedo. Pero seguimos riendo y llorando. Y ya no estamos ahi. Auditorio vuelto discoteque. Luces de neón viejo con olor a tiempo muerto. Cerveza, risa, humo, sudor, baile, música, amistad, distancia: todo eso cabe en mi sueño donde tu apareces. Recuerdos que se convierten en salmón y luchan cuesta arriba contra el delta de la memoria que se convierte en rio inapresable, mujer-salmón surcando el rio de la memoria. Fuimos derrotados por el rayo del tiempo, alcanzados por las cosas de los hombres. Fuimos el sueño y ahora somos realidad, otro plano, otro tiempo. Estamos donde estabamos hace años, donde quedo nuestra piel y la mirada compartida. Donde no importaba el estar sino el sentir. Estamos en mi sueño que esta en otro tiempo. Estas en un lugar al que ya no puedes volver por que ya se ha ido hace años, se fue contigo, tras de ti.

Dificil explicar un sueño que no lo es, que solo son recuerdos en desorden que aparecieron una noche a la luz de un volcán que vomitaba esquirlas y sonrisas, esa misma noche donde Juve no fue Señorita prepa pero se clavó en mi memoria. Un sueño donde donde platicamos de cosas tan intrascedentes que años despues aún las sé de memoria.

Dificil explicar la nostalgia que envuelve un sueño que despertó años despues con tu recuerdo, en una borrachera en un parque con albercas y cubetas de cervezas.

Dificil explicar todo, se agolpan las palabras y galopan lejos de lo expresable.

Te soñé hace días. Es todo lo que puedo escribir.

Gerardo Esparza

miércoles, 4 de agosto de 2010

Breve discurso sobre la cultura: Mario Vargas Llosa

A lo largo de la historia, la noción de cultura ha tenido distintos significados y matices. Durante muchos siglos fue un concepto inseparable de la religión y del conocimiento teológico; en Grecia estuvo marcado por la filosofía y en Roma por el derecho, en tanto que en el Renacimiento lo impregnaban sobre todo la literatura y las artes. En épocas más recientes como la Ilustración fueron la ciencia y los grandes descubrimientos científicos los que dieron el sesgo principal a la idea de cultura. Pero, a pesar de esas variantes y hasta nuestra época, cultura siempre significó una suma de factores y disciplinas que, según amplio consenso social, la constituían y ella implicaba: la reivindicación de un patrimonio de ideas, valores y obras de arte, de unos conocimientos históricos, religiosos, filosóficos y científicos en constante evolución y el fomento de la exploración de nuevas formas artísticas y literarias y de la investigación en todos los campos del saber.
La cultura estableció siempre unos rangos sociales entre quienes la cultivaban, la enriquecían con aportes diversos, la hacían progresar y quienes se desentendían de ella, la despreciaban o ignoraban, o eran excluidos de ella por razones sociales y económicas. En todas las épocas históricas, hasta la nuestra, en una sociedad había personas cultas e incultas, y, entre ambos extremos, personas más o menos cultas o más o menos incultas, y esta clasificación resultaba bastante clara para el mundo entero porque para todos regía un mismo sistema de valores, criterios culturales y maneras de pensar, juzgar y comportarse.
En nuestro tiempo todo aquello ha cambiado. La noción de cultura se extendió tanto que, aunque nadie se atrevería a reconocerlo de manera explícita, se ha esfumado. Se volvió un fantasma inaprensible, multitudinario y traslaticio. Porque ya nadie es culto si todos creen serlo o si el contenido de lo que llamamos cultura ha sido depravado de tal modo que todos puedan justificadamente creer que lo son.
La más remota señal de este progresivo empastelamiento y confusión de lo que representa una cultura la dieron los antropólogos, inspirados, con la mejor buena fe del mundo, en una voluntad de respeto y comprensión de las sociedades más primitivas que estudiaban. Ellos establecieron que cultura era la suma de creencias, conocimientos, lenguajes, costumbres, atuendos, usos, sistemas de parentesco y, en resumen, todo aquello que un pueblo dice, hace, teme o adora. Esta definición no se limitaba a establecer un método para explorar la especificidad de un conglomerado humano en relación con los demás. Quería también, de entrada, abjurar del etnocentrismo prejuicioso y racista del que Occidente nunca se ha cansado de acusarse. El propósito no podía ser más generoso, pero ya sabemos por el famoso dicho que el infierno está empedrado de buenas intenciones. Porque una cosa es creer que todas las culturas merecen consideración, ya que, sin duda, en todas hay aportes positivos a la civilización humana, y otra, muy distinta, creer que todas ellas, por el mero hecho de existir, se equivalen. Y es esto último lo que asombrosamente ha llegado a ocurrir en razón de un prejuicio monumental suscitado por el deseo bienhechor de abolir de una vez y para siempre todos los prejuicios en materia de cultura. La corrección política ha terminado por convencernos de que es arrogante, dogmático, colonialista y hasta racista hablar de culturas superiores e inferiores y hasta de culturas modernas y primitivas. Según esta arcangélica concepción, todas las culturas, a su modo y en su circunstancia, son iguales, expresiones equivalentes de la maravillosa diversidad humana.
Si etnólogos y antropólogos establecieron esta igualación horizontal de las culturas, diluyendo hasta la invisibilidad la acepción clásica del vocablo, los sociólogos por su parte –o, mejor dicho, los sociólogos empeñados en hacer crítica literaria– han llevado a cabo una revolución semántica parecida, incorporando a la idea de cultura, como parte integral de ella, a la incultura, disfrazada con el nombre de cultura popular, una forma de cultura menos refinada, artificiosa y pretenciosa que la otra, pero mucho más libre, genuina, crítica, representativa y audaz. Diré inmediatamente que en este proceso de socavamiento de la idea tradicional de cultura han surgido libros tan sugestivos y brillantes como el que Mijaíl Bajtín dedicó a La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento / El contexto de François Rabelais, en el que contrasta, con sutiles razonamientos y sabrosos ejemplos, lo que llama “cultura popular”, que, según el crítico ruso, es una suerte de contrapunto a la cultura oficial y aristocrática, la que se conserva y brota en los salones, palacios, conventos y bibliotecas, en tanto que la popular nace y vive en la calle, la taberna, la fiesta, el carnaval y en la que aquella es satirizada con réplicas que, por ejemplo, desnudan y exageran lo que la cultura oficial oculta y censura como el “abajo humano”, es decir, el sexo, las funciones excrementales, la grosería y oponen el rijoso “mal gusto” al supuesto “buen gusto” de las clases dominantes.
No hay que confundir la clasificación hecha por Bajtín y otros críticos literarios de estirpe sociológica –cultura oficial y cultura popular– con aquella división que desde hace mucho existe en el mundo anglosajón, entre la high brow culture y la low brow culture: la cultura de la ceja levantada y la de la ceja alicaída. Pues en este último caso estamos siempre dentro de la acepción clásica de la cultura y lo que distingue a una de otra es el grado de facilidad o dificultad que ofrece al lector, oyente, espectador y simple cultor el hecho cultural. Un poeta como T.S. Eliot y un novelista como James Joyce pertenecen a la cultura de la ceja levantada en tanto que los cuentos y novelas de Ernest Hemingway o los poemas de Walt Whitman a la de la ceja alicaída pues resultan accesibles a los lectores comunes y corrientes. En ambos casos estamos siempre dentro del dominio de la literatura a secas, sin adjetivos. Bajtín y sus seguidores (conscientes o inconscientes) hicieron algo mucho más radical: abolieron las fronteras entre cultura e incultura y dieron a lo inculto una dignidad relevante, asegurando que lo que podía haber en este discriminado ámbito de impericia, chabacanería y dejadez estaba compensado largamente por su vitalidad, humorismo, y la manera desenfadada y auténtica con que representaba las experiencias humanas más compartidas.
De este modo han ido desapareciendo de nuestro vocabulario, ahuyentados por el miedo a incurrir en la incorrección política, los límites que mantenían separadas a la cultura de la incultura, a los seres cultos de los incultos. Hoy ya nadie es inculto o, mejor dicho, todos somos cultos. Basta abrir un periódico o una revista para encontrar, en los artículos de comentaristas y gacetilleros, innumerables referencias a la miríada de manifestaciones de esa cultura universal de la que somos todos poseedores, como por ejemplo “la cultura de la pedofilia”, “la cultura de la mariguana”, “la cultura punqui”, “la cultura de la estética nazi” y cosas por el estilo. Ahora todos somos cultos de alguna manera, aunque no hayamos leído nunca un libro, ni visitado una exposición de pintura, escuchado un concierto, ni aprendido algunas nociones básicas de los conocimientos humanísticos, científicos y tecnológicos del mundo en que vivimos.
Queríamos acabar con las élites, que nos repugnaban moralmente por el retintín privilegiado, despectivo y discriminatorio con que su solo nombre resonaba ante nuestros ideales igualitaristas y, a lo largo del tiempo, desde distintas trincheras, fuimos impugnando y deshaciendo a ese cuerpo exclusivo de pedantes que se creían superiores y se jactaban de monopolizar el saber, los valores morales, la elegancia espiritual y el buen gusto. Pero lo que hemos conseguido es una victoria pírrica, un remedio que resultó peor que la enfermedad: vivir en la confusión de un mundo en el que, paradójicamente, como ya no hay manera de saber qué cosa es cultura, todo lo es y ya nada lo es.
Sin embargo, se me objetará, nunca en la historia ha habido un cúmulo tan grande de descubrimientos científicos, realizaciones tecnológicas, ni se han editado tantos libros, abierto tantos museos ni pagado precios tan vertiginosos por las obras de artistas antiguos y modernos. ¿Cómo se puede hablar de un mundo sin cultura en una época en que las naves espaciales construidas por el hombre han llegado a las estrellas y el porcentaje de analfabetos es el más bajo de todo el acontecer humano? Sí, todo ese progreso es cierto, pero no es obra de mujeres y hombres cultos sino de especialistas. Y entre la cultura y la especialización hay tanta distancia como entre el hombre de Cromagnon y los sibaritas neurasténicos de Marcel Proust. De otro lado, aunque haya hoy muchos más alfabetizados que en el pasado, este es un asunto cuantitativo y la cultura no tiene mucho que ver con la cantidad, sólo con la cualidad. Es decir, hablamos de cosas distintas. A la extraordinaria especialización a que han llegado las ciencias se debe, sin la menor duda, que hayamos conseguido reunir en el mundo de hoy un arsenal de armas de destrucción masiva con el que podríamos desaparecer varias veces el planeta en que vivimos y contaminar de muerte los espacios adyacentes. Se trata de una hazaña científica y tecnológica, sin lugar a dudas y, al mismo tiempo, una manifestación flagrante de barbarie, es decir, un hecho eminentemente anticultural si la cultura es, como creía T.S. Eliot, “todo aquello que hace de la vida algo digno de ser vivido”.
La cultura es –o era, cuando existía– un denominador común, algo que mantenía viva la comunicación entre gentes muy diversas a las que el avance de los conocimientos obligaba a especializarse, es decir, a irse distanciando e incomunicando entre sí. Era, así mismo, una brújula, una guía que permitía a los seres humanos orientarse en la espesa maraña de los conocimientos sin perder la dirección y teniendo más o menos claro, en su incesante trayectoria, las prelaciones, lo que es importante de lo que no lo es, el camino principal y las desviaciones inútiles. Nadie puede saber todo de todo –ni antes ni ahora fue posible–, pero al hombre culto la cultura le servía por lo menos para establecer jerarquías y preferencias en el campo del saber y de los valores estéticos. En la era de la especialización y el derrumbe de la cultura las jerarquías han desaparecido en una amorfa mezcolanza en la que, según el embrollo que iguala las innumerables formas de vida bautizadas como culturas, todas las ciencias y las técnicas se justifican y equivalen, y no hay modo alguno de discernir con un mínimo de objetividad qué es bello en el arte y qué no lo es. Incluso hablar de este modo resulta ya obsoleto pues la noción misma de belleza está tan desacreditada como la clásica idea de cultura.
El especialista ve y va lejos en su dominio particular pero no sabe lo que ocurre a sus costados y no se distrae en averiguar los estropicios que podría causar con sus logros en otros ámbitos de la existencia, ajenos al suyo. Ese ser unidimensional, como lo llamó Marcuse, puede ser, a la vez, un gran especialista y un inculto porque sus conocimientos, en vez de conectarlo con los demás, lo aíslan en una especialidad que es apenas una diminuta celda del vasto dominio del saber. La especialización, que existió desde los albores de la civilización, fue aumentando con el avance de los conocimientos, y lo que mantenía la comunicación social, esos denominadores comunes que son los pegamentos de la urdimbre social, eran las élites, las minorías cultas, que además de tender puentes e intercambios entre las diferentes provincias del saber –las ciencias, las letras, las artes y las técnicas– ejercían una influencia, religiosa o laica, pero siempre cargada de contenido moral, de modo que aquel progreso intelectual y artístico no se apartara demasiado de una cierta finalidad humana, es decir que, a la vez que garantizara mejores oportunidades y condiciones materiales de vida, significara un enriquecimiento moral para la sociedad, con la disminución de la violencia, de la injusticia, la explotación, el hambre, la enfermedad y la ignorancia.
En su célebre ensayo “Notas para la definición de la cultura”, T.S. Eliot sostuvo que no debe identificarse a esta con el conocimiento –parecía estar hablando para nuestra época más que para la suya porque hace medio siglo el problema no tenía la gravedad que ahora– porque cultura es algo que antecede y sostiene al conocimiento, una actitud espiritual y una cierta sensibilidad que lo orienta y le imprime una funcionalidad precisa, algo así como un designio moral. Como creyente, Eliot encontraba en los valores de la religión cristiana aquel asidero del saber y la conducta humana que llamaba la cultura. Pero no creo que la fe religiosa sea el único sustento posible para que el conocimiento no se vuelva errático y autodestructivo como el que multiplica los polvorines atómicos o contamina de venenos el aire, el suelo y las aguas que nos permiten vivir. Una moral y una filosofía laicas cumplieron, desde los siglos xviii y xix, esta función para un amplio sector del mundo occidental. Aunque, es cierto que, para un número tanto o más grande de los seres humanos, resulta evidente que la trascendencia es una necesidad o urgencia vital de la que no pueden desprenderse sin caer en la anomia o la desesperación.
Jerarquías en el amplio espectro de los saberes que forman el conocimiento, una moral todo lo comprensiva que requiere la libertad y que permita expresarse a la gran diversidad de lo humano pero firme en su rechazo de todo lo que envilece y degrada la noción básica de humanidad y amenaza la supervivencia de la especie, una élite conformada no por la razón de nacimiento ni el poder económico o político sino por el esfuerzo, el talento y la obra realizada y con autoridad moral para establecer, de manera flexible y renovable, un orden de importancia de los valores tanto en el espacio propio de las artes como en las ciencias y técnicas: eso fue la cultura en las circunstancias y sociedades más cultas que ha conocido la historia y lo que debería volver a ser si no queremos progresar sin rumbo, a ciegas, como autómatas, hacia nuestra desintegración. Sólo de este modo la vida iría siendo cada día más vivible para el mayor número en pos del siempre inalcanzable anhelo de un mundo feliz.
Sería equivocado atribuir en este proceso funciones idénticas a las ciencias y a las letras y a las artes. Precisamente por haber olvidado distinguirlas ha surgido la confusión que prevalece en nuestro tiempo en el campo de la cultura. Las ciencias progresan, como las técnicas, aniquilando lo viejo, anticuado y obsoleto, para ellas el pasado es un cementerio, un mundo de cosas muertas y superadas por los nuevos descubrimientos e invenciones. Las letras y las artes se renuevan pero no progresan, ellas no aniquilan su pasado, construyen sobre él, se alimentan de él y a la vez lo alimentan, de modo que a pesar de ser tan distintos y distantes un Velázquez está tan vivo como Picasso y Cervantes sigue siendo tan actual como Borges o Faulkner.
Las ideas de especialización y progreso, inseparables de la ciencia, son írritas a las letras y a las artes, lo que no quiere decir, desde luego, que la literatura, la pintura y la música no cambien y evolucionen. Pero no se puede decir de ellas, como de la química y la alquimia, que aquella abole a esta y la supera. La obra literaria y artística que alcanza cierto grado de excelencia no muere con el paso del tiempo: sigue viviendo y enriqueciendo a las nuevas generaciones y evolucionando con estas. Por eso, las letras y las artes constituyeron hasta ahora el denominador común de la cultura, el espacio en el que era posible la comunicación entre seres humanos pese a la diferencia de lenguas, tradiciones, creencias y épocas, pues quienes se emocionan con Shakespeare, se ríen con Molière y se deslumbran con Rembrandt y Mozart se acercan a, y dialogan con, quienes en el tiempo en que aquellos escribieron, pintaron o compusieron, los leyeron, oyeron y admiraron.
Ese espacio común, que nunca se especializó, que ha estado siempre al alcance de todos, ha experimentado periodos de extrema complejidad, abstracción y hermetismo, lo que constreñía la comprensión de ciertas obras a una élite. Pero esas obras experimentales o de vanguardia, si de veras expresaban zonas inéditas de la realidad humana y creaban formas de belleza perdurable, terminaban siempre por educar a sus lectores, espectadores y oyentes integrándose de este modo al espacio común de la cultura. Esta puede y debe ser, también, experimento, desde luego, a condición de que las nuevas técnicas y formas que introduzca la obra así concebida amplíen el horizonte de la experiencia de la vida, revelando sus secretos más ocultos, o exponiéndonos a valores estéticos inéditos que revolucionan nuestra sensibilidad y nos dan una visión más sutil y novedosa de ese abismo sin fondo que es la condición humana.
Hace ya algunos años vi en París, en la televisión francesa, un documental que se me quedó grabado en la memoria y cuyas imágenes, de tanto en tanto, los sucesos cotidianos actualizan con restallante vigencia, sobre todo cuando se habla del problema mayor de nuestro tiempo: la educación.
El documental describía la problemática de un liceo en las afueras de París, uno de esos barrios donde familias francesas empobrecidas se codean con inmigrantes de origen subsahariano, latinoamericano y árabes del Magreb. Este colegio secundario público, cuyos alumnos, de ambos sexos, constituían un arcoíris de razas, lenguas, costumbres y religiones, había sido escenario de violencias: golpizas a profesores, violaciones en los baños o corredores, enfrentamientos entre pandillas a navajazos y palazos y, si mal no recuerdo, hasta tiroteos. No sé si de todo ello había resultado algún muerto, pero sí muchos heridos, y en los registros al local la policía había incautado armas, drogas y alcohol.
El documental no quería ser alarmista, sino tranquilizador, mostrar que lo peor había ya pasado y que, con la buena voluntad de autoridades, profesores, padres de familia y alumnos, las aguas se estaban sosegando. Por ejemplo, con inocultable satisfacción, el director señalaba que gracias al detector de metales recién instalado, por el cual debían pasar ahora los estudiantes al ingresar al colegio, se decomisaban las manoplas, cuchillos y otras armas punzocortantes. Así, los hechos de sangre se habían reducido de manera drástica. Se habían dictado disposiciones de que ni profesores ni alumnos circularan nunca solos, ni siquiera para ir a los baños, siempre al menos en grupos de dos. De este modo se evitaban asaltos y emboscadas. Y, ahora, el colegio tenía dos psicólogos permanentes para dar consejo a los alumnos y alumnas –casi siempre huérfanos, semihuérfanos, y de familias fracturadas por la desocupación, la promiscuidad, la delincuencia y la violencia de género– inadaptables o pendencieros recalcitrantes.
Lo que más me impresionó en el documental fue la entrevista a una profesora que afirmaba, con naturalidad, algo así como: “Tout va bien, maintenant, mais il faut se débrouiller” (“Ahora todo anda bien, pero hay que saber arreglárselas”). Explicaba que, a fin de evitar los asaltos y palizas de antaño, ella y un grupo de profesores se habían puesto de acuerdo para encontrarse a una hora justa en la boca del metro más cercana y caminar juntos hasta el colegio. De este modo el riesgo de ser agredidos por los voyous (golfos) se enanizaba. Aquella profesora y sus colegas, que iban diariamente a su trabajo como quien va al infierno, se habían resignado, aprendido a sobrevivir y no parecían imaginar siquiera que ejercer la docencia pudiera ser algo distinto a su vía crucis cotidiano.
En esos días terminaba yo de leer uno de los amenos y sofísticos ensayos de Michel Foucault en el que, con su brillantez habitual, el filósofo francés sostenía que, al igual que la sexualidad, la psiquiatría, la religión, la justicia y el lenguaje, la enseñanza había sido siempre, en el mundo occidental, una de esas “estructuras de poder” erigidas para reprimir y domesticar al cuerpo social, instalando sutiles pero muy eficaces formas de sometimiento y enajenación a fin de garantizar la perpetuación de los privilegios y el control del poder de los grupos sociales dominantes. Bueno, pues, por lo menos en el campo de la enseñanza, a partir de 1968 la autoridad castradora de los instintos libertarios de los jóvenes había volado en pedazos. Pero, a juzgar por aquel documental, que hubiera podido ser filmado en otros muchos lugares de Francia y de toda Europa, el desplome y desprestigio de la idea misma del docente y la docencia –y, en última instancia, de cualquier forma de autoridad– no parecía haber traído la liberación creativa del espíritu juvenil, sino, más bien, convertido a los colegios así liberados, en el mejor de los casos, en instituciones caóticas, y, en el peor, en pequeñas satrapías de matones y precoces delincuentes.
Es evidente que Mayo del 68 no acabó con la “autoridad”, que ya venía sufriendo hacía tiempo un proceso de debilitamiento generalizado en todos los órdenes, desde el político hasta el cultural, sobre todo en el campo de la educación. Pero la revolución de los niños bien, la flor y nata de las clases burguesas y privilegiadas de Francia, quienes fueron los protagonistas de aquel divertido carnaval que proclamó como eslogan del movimiento “¡Prohibido prohibir!”, extendió al concepto de autoridad su partida de defunción. Y dio legitimidad y glamour a la idea de que toda autoridad es sospechosa, perniciosa y deleznable y que el ideal libertario más noble es desconocerla, negarla y destruirla. El poder no se vio afectado en lo más mínimo con este desplante simbólico de los jóvenes rebeldes que, sin saberlo la inmensa mayoría de ellos, llevaron a las barricadas los ideales iconoclastas de pensadores como Foucault. Baste recordar que en las primeras elecciones celebradas en Francia después de Mayo del 68, la derecha gaullista obtuvo una rotunda victoria.
Pero la autoridad, en el sentido romano de auctoritas, no de poder sino, como define en su tercera acepción el Diccionario de la rae, de “prestigio y crédito que se reconoce a una persona o institución por su legitimidad o por su calidad y competencia en alguna materia”, no volvió a levantar cabeza. Desde entonces, tanto en Europa como en buena parte del resto del mundo, son prácticamente inexistentes las figuras políticas y culturales que ejercen aquel magisterio, moral e intelectual al mismo tiempo, de la “autoridad” clásica y que encarnaban a nivel popular los maestros, palabra que entonces sonaba tan bien porque se asociaba al saber y al idealismo. En ningún campo ha sido esto tan catastrófico para la cultura como en el de la educación. El maestro, despojado de credibilidad y autoridad, convertido en muchos casos –desde la perspectiva progresista– en representante del poder represivo, es decir en el enemigo al que, para alcanzar la libertad y la dignidad humana, había que resistir, e, incluso, abatir, no sólo perdió la confianza y el respeto sin los cuales era prácticamente imposible que cumpliera eficazmente su función de educador –de transmisor tanto de valores como de conocimientos– ante sus alumnos, sino de los propios padres de familia y de filósofos revolucionarios que, a la manera del autor de Vigilar y castigar, personificaron en él uno de esos siniestros instrumentos de los que –al igual que los guardianes de las cárceles y los psiquiatras de los manicomios– se vale el establecimiento para embridar el espíritu crítico y la sana rebeldía de niños y adolescentes.
Muchos maestros, de muy buena fe, se creyeron esta degradante satanización de sí mismos y contribuyeron, echando baldazos de aceite a la hoguera, a agravar el estropicio haciendo suyas algunas de las más disparatadas secuelas de la ideología de Mayo del 68 en lo relativo a la educación, como considerar aberrante desaprobar a los malos alumnos, hacerlos repetir el curso, e, incluso, poner calificaciones y establecer un orden de prelación en el rendimiento académico de los estudiantes, pues, haciendo semejantes distingos, se propagaría la nefasta noción de jerarquías, el egoísmo, el individualismo, la negación de la igualdad y el racismo. Es verdad que estos extremos no han llegado a afectar a todos los sectores de la vida escolar, pero una de las perversas consecuencias del triunfo de las ideas –de las diatribas y fantasías– de Mayo del 68 ha sido que a raíz de ello se ha acentuado brutalmente la división de clases a partir de las aulas escolares. La enseñanza pública fue uno de los grandes logros de la Francia democrática, republicana y laica. En sus escuelas y colegios, de muy alto nivel, las oleadas de alumnos gozaban de una igualdad de oportunidades que corregía, en cada nueva generación, las asimetrías y privilegios de familia y clase, abriendo a los niños y jóvenes de los sectores más desfavorecidos el camino del progreso, del éxito profesional y del poder político.
El empobrecimiento y desorden que ha padecido la enseñanza pública, tanto en Francia como en el resto del mundo, ha dado a la enseñanza privada, a la que por razones económicas tiene acceso sólo un sector social minoritario de altos ingresos, y que ha sufrido menos los estragos de la supuesta revolución libertaria, un papel preponderante en la forja de los dirigentes políticos, profesionales y culturales de hoy y del futuro. Nunca tan cierto aquello de “nadie sabe para quién trabaja”. Creyendo hacerlo para construir un mundo de veras libre, sin represión, ni enajenación ni autoritarismo, los filósofos libertarios como Michel Foucault y sus inconscientes discípulos obraron muy acertadamente para que, gracias a la gran revolución educativa que propiciaron, los pobres siguieran pobres, los ricos ricos, y los inveterados dueños del poder siempre con el látigo en las manos.
No es arbitrario citar el caso paradójico de Michel Foucault. Sus intenciones críticas eran serias y su ideal libertario innegable. Su repulsa de la cultura occidental –la única que, con todas sus limitaciones y extravíos, ha hecho progresar la libertad, la democracia y los derechos humanos en la historia– lo indujo a creer que era más factible encontrar la emancipación moral y política apedreando policías, frecuentando los baños “gays” de San Francisco o los clubes sadomasoquistas de París, que en las aulas escolares o las ánforas electorales. Y, en su paranoica denuncia de las estratagemas de que, según él, se valía el poder para someter a la opinión pública a sus dictados, negó hasta el final la realidad del sida –la enfermedad que lo mató– como un embauque más del establecimiento y sus agentes científicos para aterrar a los ciudadanos imponiéndoles la represión sexual. Su caso es paradigmático: el más inteligente pensador de su generación tuvo siempre, junto a la seriedad con que emprendió sus investigaciones en distintos campos del saber –la historia, la psiquiatría, el arte, la sociología, el erotismo y, claro está, la filosofía– una vocación iconoclasta y provocadora –en su primer ensayo había pretendido demostrar que “el hombre no existe”– que a ratos se volvía mero desplante intelectual, gesto desprovisto de seriedad. También en esto Foucault no estuvo solo, hizo suyo un mandato generacional que marcaría a fuego la cultura de su tiempo: una propensión hacia el sofisma y el artificio intelectual.
Es otra de las razones de la pérdida de “autoridad” de los pensadores de nuestro tiempo: no eran serios, jugaban con las ideas y las teorías como los malabaristas de los circos con los pañuelos y palitroques, que divierten y hasta maravillan pero no convencen.
Una de las primeras en advertirlo y criticarlo con dureza fue Gertrude Himmelfarb, que, en una excelente y polémica colección de ensayos titulada Mirando el abismo (On looking into the abyss, Nueva York, Alfred A. Knopf, 1994), arremetió contra la cultura posmoderna y, sobre todo, el estructuralismo de Michel Foucault y el deconstruccionismo de Jacques Derrida y Paul de Man, corrientes de pensamiento que le parecían frívolas y superficiales comparadas con las escuelas tradicionales de crítica literaria e histórica.
Su libro es también un homenaje a Lionel Trilling, el autor de La imaginación liberal (1950) y muchos otros ensayos sobre la cultura que tuvieron gran influencia en la vida intelectual y académica de la posguerra en Estados Unidos y Europa y al que hoy día pocos recuerdan y ya casi nadie lee. Trilling no era un liberal en lo económico (en este dominio abrigaba más bien tesis socialdemócratas), pero sí en lo político, por su defensa pertinaz de la virtud para él suprema de la tolerancia, de la ley como instrumento de la justicia, y sobre todo en lo cultural, con su fe en las ideas como motor del progreso y su convicción de que las grandes obras literarias enriquecen la vida, mejoran a los hombres y son el sustento de la civilización.
Para un “posmoderno” estas creencias resultan de una ingenuidad arcangélica o de una estupidez supina, al extremo de que nadie se toma siquiera el trabajo de refutarlas. La profesora Himmelfarb muestra cómo, pese a los pocos años que separan a la generación de un Lionel Trilling de las de un Derrida o un Foucault, hay un verdadero abismo infranqueable entre aquel, convencido de que la historia humana es una sola, el conocimiento una empresa totalizadora, el progreso una realidad posible y la literatura una actividad de la imaginación con raíces en la historia y proyecciones en la moral, y quienes han relativizado las nociones de verdad y de valor hasta volverlas ficciones, entronizado como axioma que todas las culturas se equivalen y disociado la literatura de la realidad, confinando a aquella en un mundo autónomo de textos que remiten a otros textos sin relacionarse jamás con la experiencia vivida.
Aunque no comparto del todo la devaluación que Gertrude Himmelfarb hace de Foucault, a quien, con todos los sofismas y exageraciones que puedan reprochársele, por ejemplo en sus teorías sobre las supuestas “estructuras de poder” implícitas en todo lenguaje (el que, según el filósofo francés, transmitiría siempre las palabras e ideas que privilegian a los grupos sociales hegemónicos), hay que reconocerle el haber contribuido a dar a ciertas experiencias marginales y excéntricas (de la sexualidad, de la represión social, de la locura) un derecho de ciudad en la vida cultural, sus críticas a los estragos que la deconstrucción ha causado en el dominio de las humanidades me parecen irrefutables. A los deconstruccionistas debemos, por ejemplo, que en nuestros días sea ya poco menos que inconcebible hablar de “humanidades”, para ellos un síntoma de apolillamiento intelectual y de ceguera científica.
Cada vez que me he enfrentado a la prosa oscurantista y a los asfixiantes análisis literarios o filosóficos de Jacques Derrida he tenido la sensación de perder miserablemente el tiempo. No porque crea que todo ensayo de crítica deba ser útil –si es divertido o estimulante ya me basta– sino porque si la literatura es lo que él supone –una sucesión o archipiélago de “textos” autónomos, impermeabilizados, sin contacto posible con la realidad exterior y por lo tanto inmunes a toda valoración y a toda interrelación con el desenvolvimiento de la sociedad y el comportamiento individual–, ¿cuál es la razón de “deconstruirlos”? ¿Para qué esos laboriosos esfuerzos de erudición, de arqueología retórica, esas arduas genealogías lingüísticas, aproximando o alejando un texto de otro hasta constituir esas artificiosas deconstrucciones intelectuales que son como vacíos animados? Hay una incongruencia absoluta entre una tarea crítica que comienza por proclamar la ineptitud esencial de la literatura para influir sobre la vida (o para ser influida por ella) y para transmitir verdades de cualquier índole asociables a la problemática humana y que, luego, se vuelca tan afanosamente a desmenuzar –y a menudo con alardes intelectuales de inaguantable pretensión– esos monumentos de palabras inútiles. Cuando los teólogos medievales discutían sobre el sexo de los ángeles no perdían el tiempo: por trivial que pareciera, esta cuestión se vinculaba de algún modo para ellos con asuntos tan graves como la salvación o la condena eternas. Pero desmontar unos objetos verbales cuyo ensamblaje se considera, en el mejor de los casos, una intensa nadería formal, una gratuidad verbosa y narcisista que nada enseña sobre nada que no sea ella misma y que carece de moral, es hacer de la crítica literaria una monótona masturbación.
No es de extrañar que, luego de la influencia que ha ejercido la deconstrucción en tantas universidades occidentales (y, de manera especial, en los Estados Unidos), los departamentos de literatura se vayan quedando vacíos de alumnos (y que se filtren en ellos tantos embaucadores), y que haya cada vez menos lectores no especializados para los libros de crítica literaria (a los que hay que buscar con lupa en las librerías y donde no es raro encontrarlos, en rincones legañosos, entre manuales de yudo y karate u horóscopos chinos).
Para la generación de Lionel Trilling, en cambio, la crítica literaria tenía que ver con las cuestiones centrales del quehacer humano, pues ella veía en la literatura el testimonio por excelencia de las ideas, los mitos, las creencias y los sueños que hacen funcionar a la sociedad y de las secretas frustraciones o estímulos que explican la conducta individual. Su fe en los poderes de la literatura sobre la vida era tan grande que, en uno de los ensayos de La imaginación liberal (del que Gertrude Himmelfarb ha tomado el título de su libro), Trilling se preguntaba si la mera enseñanza de la literatura no era ya, en sí, una manera de desnaturalizar y empobrecer el objeto del estudio. Su argumento se resumía en esta anécdota: “Les he pedido a mis estudiantes que ‘miren el abismo’ (las obras de un Eliot, un Yeats, un Joyce, un Proust) y ellos, obedientes, lo han hecho, tomado sus notas, y luego comentado: muy interesante ¿no?” En otra palabras, la academia congelaba, superficializaba y volvía saber abstracto la trágica y revulsiva humanidad contenida en aquellas obras de imaginación, privándolas de su poderosa fuerza vital, de su capacidad para revolucionar la vida del lector. La profesora Himmelfarb advierte con melancolía toda el agua que ha corrido desde que Lionel Trilling expresaba estos escrúpulos de que al convertirse en materia de estudio la literatura fuera despojada de su alma y de su poderío, hasta la alegre ligereza con que un Paul de Man podía veinte años más tarde valerse de la crítica literaria para “deconstruir” el Holocausto, en una operación intelectual no muy distante de la de los historiadores revisionistas empeñados en negar el exterminio de seis millones de judíos por los nazis.
Ese ensayo de Lionel Trilling sobre la enseñanza de la literatura yo lo he releído varias veces, sobre todo cuando me ha tocado hacer de profesor. Es verdad que hay algo engañoso y paradojal en reducir a una exposición pedagógica, de aire inevitablemente esquemático e impersonal –y a deberes escolares que, para colmo, hay que calificar– unas obras de imaginación que nacieron de experiencias profundas, y, a veces, desgarradoras, de verdaderas inmolaciones humanas, y cuya auténtica valoración sólo puede hacerse, no desde la tribuna de un auditorio, sino en la discreta y reconcentrada intimidad de la lectura y medirse cabalmente por los efectos y repercusiones que ellas tienen en la vida privada del lector.
Yo no recuerdo que alguno de mis profesores de literatura me hiciera sentir que un buen libro nos acerca al abismo de la experiencia humana y a sus efervescentes misterios. Los críticos literarios, en cambio, sí. Recuerdo sobre todo a uno, de la misma generación de Lionel Trilling y que para mí tuvo un efecto parecido al que ejerció este sobre la profesora Himmelfarb, contagiándome su convicción de que lo peor y lo mejor de la aventura humana pasaba siempre por los libros y de que ellos ayudaban a vivir. Me refiero a Edmund Wilson, cuyo extraordinario ensayo sobre la evolución de las ideas y la literatura socialistas, desde que Michelet descubrió a Vico hasta la llegada de Lenin a San Petersburgo, Hacia la estación de Finlandia, cayó en mis manos en mi época de estudiante. En esas páginas de estilo diáfano pensar, imaginar e inventar valiéndose de la pluma era una forma magnífica de actuar y de imprimir una marca en la historia; en cada capítulo se comprobaba que las grandes convulsiones sociales o los menudos destinos individuales estaban visceralmente articulados con el impalpable mundo de las ideas y de las ficciones literarias.
Edmund Wilson no tuvo el dilema pedagógico de Lionel Trilling en lo que concierne a la literatura pues nunca quiso ser profesor universitario. En verdad, ejerció un magisterio mucho más amplio del que acotan los recintos universitarios. Sus artículos y reseñas se publicaban en revistas y periódicos (algo que un crítico “deconstruccionista” consideraría una forma extrema de degradación intelectual) y algunos de sus mejores libros –como el que escribió sobre los manuscritos hallados en el Mar Muerto– fueron reportajes para The New Yorker. Pero el escribir para el gran público profano no le restó rigor ni osadía intelectual; más bien lo obligó a tratar de ser siempre responsable e inteligible a la hora de escribir.
Responsabilidad e inteligibilidad van parejas con una cierta concepción de la crítica literaria, con el convencimiento de que el ámbito de la literatura abarca toda la experiencia humana, pues la refleja y contribuye decisivamente a modelarla, y de que, por lo mismo, ella debería ser patrimonio de todos, una actividad que se alimenta en el fondo común de la especie y a la que se puede recurrir incesantemente en busca de un orden cuando parecemos sumidos en el caos, de aliento en momentos de desánimo y de dudas e incertidumbres cuando la realidad que nos rodea parece excesivamente segura y confiable. A la inversa, si se piensa que la función de la literatura es sólo contribuir a la inflación retórica de un dominio especializado del conocimiento, y que los poemas, las novelas, los dramas proliferan con el único objeto de producir ciertos desordenamientos formales en el cuerpo lingüístico, el crítico puede, a la manera de tantos posmodernos, entregarse impunemente a los placeres del desatino conceptual y la tiniebla expresiva.
La cultura puede ser experimento y reflexión, pensamiento y sueño, pasión y poesía y una revisión crítica constante y profunda de todas las certidumbres, convicciones, teorías y creencias. Pero ella no puede apartarse de la vida real, de la vida verdadera, de la vida vivida, que no es nunca la de los lugares comunes, la del artificio, el sofisma y la frivolidad, sin riesgo de desintegrarse. Puedo parecer pesimista, pero mi impresión es que, con una irresponsabilidad tan grande como nuestra irreprimible vocación por el juego y la diversión, hemos hecho de la cultura uno de esos vistosos pero frágiles castillos construidos sobre la arena que se deshacen al primer golpe de viento. ~
Lima, abril de 2010

viernes, 30 de julio de 2010

Sagrario

Los dìas de sol se han aparecido para llevarse la lluvia que todo limpia, todo renueva. Son dìas de perros, horribles, sol mercurio que lastima, que evapora agua eterna. Pienso en dìas de sol compartido, en lejanas lagunas, cervezas oxidadas y sàbados violentos con sabor a sangre juvenil. El sol que tanto extrañas es un intruso poetico, viene de a poco recordar años que se van y siguen aquì, en la memoria. Quiero lluvia y una ciudad coladera, quiero años viejos en mi vida, lagunas renovadas y coronas entre tus manos, sàbados de fiesta entre calzadas que huelan a polvora quemada y mùsica llena de inexperiencia. Dìas de sol explotan como volcanes. Dìas extraños vienen con el sol. Dìas de lagunas llenas de cerveza, de parques de adrenalina. Dìas lejanos se renuevan en este sol mercurio. Quiero la lluvia de nuevo y heridas de lluvia en la piel.

Quiero

Quiero rios como venas, sangre vuelta mercurio, dìas con lluvia, ciudades lejanas... Largar, huir, morir. Quiero fallas sistemicas, otro paìs, mùsica sin camaleones. Quiero literatura que me arranque de tajo las visceras, quiero escritores que escupan a la cara. Mujeres desnudas con labios rojos sangre, cabello abunadante y un cuchillo sin filo entre sus manos. Eso quiero.

miércoles, 28 de julio de 2010

La verdadera (falsa) teoría de: A-mor

Dices: “es una palabra que viene del latín, compuesta por dos partículas.”
Dices: “a significa sin y mor es una contracción de la palabra mortem.”
Dices: Amor significa sin muerte. Dices más y yo te veo trazar caminos paralelos y contradicciones. Dices que A-MOR podría significar también “de o desde la muerte.” Yo, tiemblo ante tu cabeza-diccionario. Dices más y luego olvidas. Pero yo no puedo dejar de temblar, no puedo decirte que en la búsqueda yo me encuentro con la carne, con esa primera herida que vuelve banales tus suposiciones y etimologías. Yo sonrío ante ti y te digo que sí, que seguramente la palabra A-mor tiene que venir o ir hacia la muerte, tiene que desgarrarnos todas, tiene que…

ese es el mandato, esa la heteronormatividad obligatoria. Esa es la consigna: dejar, sacrificar, soltar la voluntad, permitir ser gritos, lágrimas, heridas.

Yo te digo que sé, que los nudos en la garganta y el boxeo de las moléculas ante la oxitocina no tienen palabras.

Yo te digo que el A-mor nos pide que hagamos de la caída un oficio insoslayable,
que el A-mor nos pide que nos derrumbemos dentro, que no haya otra forma posible de sobrevivir al vacío que vaciar al otro, esas son sus lógicas, esos han sido sus credos que dejan indefensa y mujerizan, sus narrativas, sus tecnologías del género, la vulnerabilidad injusta sobre mi cuerpo y esta lucha que no


Saber saturadamente que cuando dices A-mor me pides que cumpla una obligación kamikaze.

Me niego a hacerlo.

Sayak Valencia Triana

martes, 27 de julio de 2010

Llueve

Llueve en Zapopan y te transminas mi memoria, vuelven recuerdos memoriosos que se añejan como eternas gotas de lluvia. La lluvia rafaguea mi ciudad, la lluvia se cuela entre los huesos, hiere, besos de navajas herrumbrosas, espadas como labios. Llueve en Zapopan y la lluvia se transmina en mi memoria. Días que se ametrallan uno tras otro, persiguiendo relampagos, imagenes ya perdidas de mi, de lejanas aulas compartidas. Llueve en Zapopan y tú te transminas en mi memoria. Hoy Zapopan y los recuerdos asaltan a la memoria, coladera que salpica sangre.

El Origen


Si pudiésemos conservar la energía que prodigamos en esa sucesión de sueños realizados nocturnamente, la profundidad y sutileza del espíritu alcanzaría proporciones insospechables. El argumento de una pesadilla exige un derroche nervioso más extenuante que la construcción teórica mejor articulada. ¿Cómo, tras el despertar, recomenzar la tarea de alinear ideas cuando, en la inconsciencia, estábamos inmersos en espectáculos grotescos y maravillosos, y deambulábamos a través de las esferas sin el obstáculo de la antipoética Causalidad? Durante horas fuimos semejantes a dioses ebrios y, súbitamente, cuando los ojos abiertos suprimen el infinito nocturno, tenemos que volver a enfrentarnos, bajo la mediocridad del día, con un hartazgo de problemas incoloros, sin que nos ayude ninguno de los fantasmas de la noche. La fantasmagoría gloriosa y nefasta habrá sido pues inútil; el sueño nos ha agotado en vano. Al despertar, otro tipo de cansancio nos espera; tras haber tenido escasamente tiempo para olvidar el de la tarde, henos aquí enfrentados con el del alba. Nos hemos esforzado horas y horas en la inmovilidad horizontal sin que el cerebro aprovechase absolutamente nada de su absurda actividad. Un imbécil que no fuera víctima de este derroche, que acumulara todas sus reservas sin disiparlas en sueños, podría, posesor de una vigilia ideal, desintrincar todos los repliegues de las mentiras metafísicas o iniciarse en las más abstrusas dificultades matemáticas.
Después de cada noche estamos más vacíos: nuestros misterios, como nuestros pesares, han fluido en nuestros sueños. Así la labor del sueño no sólo disminuye la fuerza de nuestro pensamiento, sino también la de nuestros secretos...
Emile Cioran

sábado, 24 de julio de 2010

Incertidumbre

La incertudumbre de la muerte violenta que cabalga sobre caballos desbocados. Muerte violenta y enloquecida; la furia se vuelca sobre la ciudad y empapa de sangre las avenidas. Decapitados, cercenados. El absurdo de la muerte sin belleza, de la muerte sin fin.

viernes, 23 de julio de 2010

Lejos

No estar aquí. Largar, abandonar, amanecer bajo la lluvia que hiere y renueva. Lejos del hastio. Morir en otra parte, morir lejos.

viernes, 16 de julio de 2010

A veces...

"A veces lo memorable no son las frases
a veces solo el relampago
el arponazo de adrenalina
(la pupila creciendo, creciendo creciendo sobre si misma)

a veces ni siquiera los suplicios son memorables
a veces solo la extrana luz que ilumina
de azul funebre todas las cosas

a veces no son las letras
estos hilos
venas de otros cuerpos
que no son mas que letras

a veces solo ese recordar el aliento,
rel movimiento indescriptible
impreciso, casi inexistente
que escapa siempre a al sinapsis

aveces es no recordar y seguir recordando

lo que no se sabe
es que a veces es un sustituto de siempre

lo que no se sabe es que todo son aproximaciones
lo que no se sabe es que mis manos aun son serpientes".

Sayak Valencia

jueves, 8 de julio de 2010

Aqui no hay poesía

"Aqui no hay poesía,
ni caras llenas de sorpresa,
solo rostros planos y acentos raros,

Hombres ebrios y

Mujeres-nicotina


Aqui nada me hace escribir poesía

Aqui lo más poético es una escalera
con 62 peldaños que cuento a diario

Aqui cada escalón me asemeja a Jesucristo
caminando hacia la cruz


Aqui no hay poesía,
hay ojos verdes y comentarios racistas


Aqui no hay poesia, excepto
las nubes
en estos cielos inmensos que son el mundo
(su reverso)

Aqui no hay poesia
soy un extranjero o
un juguete

Aqui me rehuso a escribir cualquier letra,
ha abrir la boca y mi cuerpo

Aqui no hay salida posible

Aqui no hay poesia

Elllos estan perdidos.
Yo no".

Miss Violence

martes, 8 de junio de 2010

¿Las naranjas tienen escamas?

"Todo lo que sé de las naranjas lo aprendí con Ella. Me dijo que invariablemente tienen once gajos, y yo le creí en ese primer día, e incluso ahora le sigo creyendo.Me dijo también que el erotismo es como las naranjas, que perfuma igual que escalda. Yo le sigo creyendo".
Sayak Valencia

miércoles, 26 de mayo de 2010

¿Se parecen?

DN Densidad nutral (oficina de diseño tapatía) utilza mis ideas, mi trabajo, sin un puto centavo, crèdito, agradecimiento... Ya por lo menos que digan que es un intertexto:
Mi trabajo para ellos (no les gusto y por tanto no hubo remuneración) lo que yo escribi:

"Somos una oficina comprometida a crear productos basados en las necesidades particulares de cada cliente.
Somos artesanos digitales: producimos caminos gráficos que otorguen personalidad y alto impacto a su marca.
Somos artistas: generamos ideas estratégicas para la efectiva identificación y diferenciación de su marca".

Y ellos se anuncian como:
"No hemos conformado como una red de profesionales que trabaja para ir más alla de solo satisfacer sus necesidades de diseño...
Nuestra misón es la de generar caminos gráficos que le den personalidad a su comunicación y contundencia a su marca".

Es practicamente igual.

jueves, 20 de mayo de 2010

Calor

El calor reptaba sobre su cuerpo, cercaba cada poro. La saliva comenzó escurrir entre sus fauces, los ladridos cada vez mas fuertes, mas violentos. Harto. Acalorado. Lo miró por última vez. Se abalanzó rabioso contra él.

Gerardo Esparza

jueves, 13 de mayo de 2010

Escribir

"No existe eso que llaman bloqueo de escritor. Si no escribes: o no tienes nada que decir, o no es el momento de decirlo, o eres demasiado perezoso para ponerte a trabajar. En cualquier caso no hay por qué angustiarse, el mundo seguirá girando a pesar de tu silencio. Hacer literatura no es un deber. A nadie le urge un escritor. Si uno entiende eso puede tomarse el tiempo necesario para escribir, sin contentarse con la autoconfesión o la escritura automática, formas de la calistenia. Porque el verbo más importante del oficio es rumiar; la literatura se gesta rumiando. Hay que dejar que a uno se le pudran las historias en la cabeza, que fermenten hasta despedir ese olor que indica que ya están listas para ser puestas en palabras."
Yuri Herrera

lunes, 10 de mayo de 2010

Adán (en reconstrucción)

Al salir de la biblioteca le pesaba la carga de sabiduría de la humanidad.
En él habitaron hombres de cavernas que no conocieron palabra alguna, comunicantes de sonidos guturales. Hombres de pinturas rupestres y alimento por sobrevivencia.
Se agolparon sobre él hombres ilustrados, hombres que hablaron en cartas y llamadas trasatlánticas, hombres estudiosos, de obesidad mórbida y colesterol alto.
Lo invadieron milenios de evolución.
Abandonó, al salir de umbral del frío recinto de ideas enmarcadas en papel, abandonó también palafitos y noches de luz de luna y sueño a la intemperie, para dormir en alturas insospechadas protegido por baldosas de mármol y sabanas de algodón.
Fue entonces, siempre, naturaleza.
Deforestó selvas, construyó nidos de cemento, edificó bosques de acero y hormigón, se bebió ríos enteros, se mutilo y se ensucio con miasmas producidas por él mismo.
Se apropio pues, de siglos de sofisticación. De conocimiento milenario.
Avanza entonces sobre la acera solitaria.
Percibe, al salir, un aroma transtemporal, enigmático, rancio, a frutas que ya no existen, a higos y uvas eternas, olor salvaje, por el que ha sido desterrado, herido en mil afrentas, por el que ha capitulado una y otra vez hasta la muerte. Perfume arcano que lo hace escribir otra vez. Ese mismo olor que lo perdió una vez y siempre.
Camina enfebrecido tras su estela de humo frutal, frugal, vaginal. Va dejando a sus espaldas siglos de evolución y milenios de vejaciones que le han inflingido (que ha inflingido).
Piedra a piedra se derrumban los argumentos evolutivos, el progreso permanente, el avance del hombre, el reinado de la ciencia y la razón, de la superioridad del hombre que piensa.
La ve.
Lo inunda el recuerdo de miles de años, luz que ciega y muestra el camino.
En sus ojos destella el principio de la humanidad.
La reconoce. Un rito permanece intacto, eterno. Él vuelve a las cavernas.
Adán y Eva vuelven a encontrarse otra vez, en otra piel, con otro nombre.

Gerardo Esparza

Soles Negros

Texto (inconcluso) por Ana y Gerardo

Al mirar tus ojos, al perderme en tu sonrisa, descubrí tus malditos frutos negros con olor a fin del mundo. Absurdos frutos de luz, sobre raíces de esperanzas muertas, corroídas; sostén de árboles muertos, de pie, llenos de tu fruta maldita, hueca, ausente, nacida de la promesa, promesa conjugada en el engaño regada por nubes negras llenas de agua pestilente.

Eres árbol que de a poco me habita, me inunda y se apodera de mis extremidades, hoja a hoja soy árbol muerto, habitado por fruta rancia, extraño paisaje de naturaleza muerta en humanidad difunta, y, sin embargo, del centro de la muerte, toda concentrada en mi interior, una luz parpadea y sale por mi boca, destellando en mis pupilas, calcinando mis palabras... de la muerte viene un palpitar y la vida brilla como condena

Mi corazón, antes fruto de sol, hoy se inunda de negros silenciosos, de cadencias apagadas, de muerte, siempre de muerte. No renace la luz en mi, no hay brillo mío... es resplandor moribundo, de eclipses frutales y frutos venidos de soles apagados.

miércoles, 5 de mayo de 2010

Boogie el aceitoso




Sabía demasiado.

-¿Boogie, qué siente cuando mata a un hombre?
-Si uso silenciador no siento nada.

Las mujeres sirven solo para estar en dos lugares: en la cama o en la cocina. Y si se ubica la cama en la cocina mejor.

jueves, 29 de abril de 2010

miércoles, 28 de abril de 2010

Interludio

No sabes como me duele tener que verla así: Tirada a la basura si era todo para mí. Cuando la conocí; supe que era la indicada, logré conquistarla, me encantaba verla y escucharla, juntos por siempre, pensé que así sería.
Pero estaba equivocado por que ella no podía: Me engañaba cada rato pero siempre regresaba; antes nunca me mentía y ahora no le creo nada. Mi dama se junta con puras malas amistades: Pandilleros, farsantes y hasta con narcotraficantes. Le gustan con tatuajes y jerséis de baloncesto, autos nuevos con rines y que en ella gasten dinero. Ya se echó a perder por hacerlo con cualquiera, se quemó con todo el mundo y ahora nadie la respeta.
Yo quiero rescatarla: Es mi único amor, no hablo de una nena, estoy hablando de hip hop.

Tanke One

Pienso lo mismo, pero la última línea debería decir: Estoy hablando de Literatura.

domingo, 25 de abril de 2010

Zenzontla

Arrepentirse...de nada.
El tiempo se acaba.
Y aun siento, lo sé por que tengo frió.
Sonia Santillán Contreras

Experimentó la paz de los vencidos, y salió.
Elmer Mendoza


Bebe de a poco, con calma, sorbo a sorbo va pensando en ella, en su cuerpo que es lumbre, en su necesidad de apaciguar los ardientes tizones que son sus piernas. El licor sosiega la necesidad de ir a buscarla, gritar lo que piensa, lo que quiere. El eco del viento y la noche estremecen su cabeza. La mujer ajena también.

Parsimonioso se levanta del comedor. Se escucha por toda la casa su caminar farragoso; el rumor de los muertos retumba en este vacío. El comedor es un islote ante la ausencia de muebles. Una vela, un ilógico faro que no guía a ningún lugar. Sirve un trago más. El licor recorre la garganta: cae de golpe al estómago, a los pensamientos.

Piensa en ella. Piensa en su hermano, en lo irracional de la idea: caminar días bajo el sol de marzo para pedir un milagro, una cura. Dormir a la deriva del camino, a lado de ella, buscando su calor para después seguir caminando sin calma y llegar a donde la virgen.

Inútil y ridícula idea. No, no duda del poder milagroso de la virgen; duda de la fuerza de su hermano llagoso, enfermo: un bulto. Él no lo cargara durante tanto tiempo, tantos días entre páramos absurdos.

Vuelve al comedor. Las sombras van poblando su casa, su mente. Un trago más. El tercero. Bebe con ansia. Vista nublada, temperamento melancólico. Va al espejo. Reflejo repleto de oscuridad, deforme, pesado. Se agolpan milenios en la mirada de Caín que le devuelven sus ojos.

No, no irá; no servirá de animal de carga, de buen samaritano. Ya no. Ha estado a su lado desde las ampollas moradas. Estuvo ahí cuando las ampollas se convirtieron en llagas por donde solo salía pus. Cuando las àmpulas escurrían dolor. No, no caminará ni hará caminar al achacoso de su hermano. No resistiría. No merece morir así, a mitad de la nada. Que ella acepte caminar días con sus noches lo entiende. Aún es la mujer de su hermano. Aún.

Piensa en ella. Piensa en Natalia, en su cuerpo que es lumbre. Piensa en él: no accederá al fratricidio de caminar en busca de un milagro.

Último trago. La botella: vacía; la luz: ausente. Los pensamientos de a poco también se van.

La noche invade todo. Botella se quiebra. Reflejo de frío metal. Toma su pistola. Corta cartucho. No irá a Talpa.


Gerardo Esparza

martes, 20 de abril de 2010

La Mochila de Mariana

En una escuela como cualquier otra…

Mariana esta atenta a la maestra y sin darse cuenta comienza a morder a su lápiz.

Ella nos maltrata todo el tiempo: nos muerde, estruja, tachona, rayona… Esta situación debe cambiar, debe tratarnos como sus iguales.
Estamos para ayudar en su aprendizaje, somos herramientas para que ella desarrolle todas sus capacidades. No debería tratarnos mal. No es justo Merecemos trato de iguales. Respeto para todos

Para Mariana todo parece normal. Puso su cuaderno sobre el pupitre y comenzó rayar, borrar y maltratar a sus útiles escolares.

De pronto el cuaderno comienza cambiar de página, la pluma no chorrea tinta y el borrador se ha escondido en el rincón mas oscuro de la mochila que poco a poco comienza a moverse de su lugar.
Los útiles se han puesto en huelga.

Mariana no tiene idea del porque sus útiles se comportan de tan extraña manera.

Los colores dudan que su huelga se solucione pronto, porque Mariana no sabe qué pasa. Piden una reunión urgente.

En la asamblea de útiles escolares se decide dejarle recados a Mariana, para que ella los descifre y pueda dejar de tratarlos mal.

Mariana descubre en su libreta un mensaje: “Las mordidas lastiman” “¿morderías a tus amigas?”
Mariana voltea a todos lados, buscando una respuesta. Descubre a su mochila alejada de su lugar.

Han pasado ya tres días desde que la huelga de brazos caídos comenzó y Mariana comienza a entender. Antes pidió favores a sus compañeros: lápices prestados, hojas blancas, leer de cerca otro libro, pero cuando esto sucede, los útiles escolares de sus compañeros en signo de solidaridad tampoco funcionaban. Ahora sabe que es su responsabilidad.

Hoy Mariana comenzó a tratar bien a sus útiles. No muerde a su lápiz, no raya sin sentido su cuaderno, ni malgasta su borrador. El sacapuntas pide que se levante la huelga.

La junta la preside la pluma azul. El alboroto comienza y existen algunas voces que insisten es seguir la huelga. Otros creen que ya aprendió. Votan para decidir que hacer. La elección es muy cerrada y el lápiz es el último; su voto decide qué harán. Él, que ha sido quien peor la ha pasado, decide levantar a huelga y darle una oportunidad.

Los útiles de la mochila de Mariana están felices de que ahora serán tratados con equidad.
Mariana se sorprende al ver que todo funciona normalmente. Ya no pasa nada extraño. Comienza de nuevo a morder su lápiz, pero repentinamente deja de hacerlo. Se queda cabizbaja y en silencio le susurra al lápiz que no lo volverá a hacer.

Gerardo Esparza

viernes, 16 de abril de 2010

Away we go


De una belleza brutal, simple, ácida y enternecedora.

martes, 13 de abril de 2010

A Dieta

Desayuno
(1) Quesadillas 3 pzas tortilla de maíz con poco queso, 2 cdas de frijoles fritos
1tza de yogur bebible, té sin azúcar
(2) ½ tza de cereal de hojuelas de maíz, con 1 tza de leche descremada,
½ mollete con frijoles guisados y queso. Té sin azúcar.
(3) 2 huevos fritos con 1 cdta de aceite, ½ tza frijoles cocidos, 1 pza de bolillo sin migajón
1 tza de leche descremada, té o café sin azúcar.
(4) 1 ½ pzas de sándwich de jamón 2 reb, con poca verdura, 1 cda de crema
1 tza de leche descremada,
Colación matutina
(1) ½ tza de gelatina
(2) 1 paleta de agua
(3) 2 dulces
Comida
(1) ½ tza de arroz cocinado con poca grasa, 80 g de pollo a la plancha, ½ zanahoria, ½ calabacita salteadas con 1cda de margarina,
1 ½ tortillas
Agua fresca, con poca azúcar toda la que guste.
(2) ½ tza de pasta cocinada sin grasa, un filete de res de 80g cocinado con 1 tza de verdura (menos papa), y 2 cdtas de aceite.
1 ½ pzas de tortillas
Agua al gusto con poca azúcar
(3) un filete de pescado de 90g, a la plancha, 2 tza de ensalada de lechuga
1 tostadas deshidratada, ½ tza de arroz, agua al gusto con poca azúcar.
(4) Una pechuga de pollo sin piel de 80g, cocinada con ejote, champiñones, calabacita, con ½ tza de sopa de fideo,
½ bolillo si migajón. Agua al gusto sin azúcar.
(5) Picadillo de res ( carne molida o de falda, con verdura picada ) 1 tza sin jugo, con ½ tza de arroz y 2 tortillas
Agua al gusto sin azúcar.
Colación vespertina
Selecciona una opción (2 naranjas, 2 tza sandia, 1 tza melón, 2 manzanas, 1 pera)
Selecciona una opción (1 yogur bebible, 1 danonino,)

Cena
(1) 1 pza de hot dog con salchicha, poca crema, y verdura, ½ pza chayote precocido, te o café con 1 cdta de azúcar
(2) 1 pza de sándwich con 2 reb de jamón de pavo, con poca crema o mayonesa, pan integral. Te o café con 1 cdta de azúcar,
(3) 2 quesadillas con ensalada de lechuga, jitomate y aguacate , ½ tza de jugo comercial, té o café sin azúcar.
(4) 2 tacos de carne con verdura (con poca grasa puede ser de asada o carnaza) ensalada de lechuga 1 tza, té o café con 1 cdta de azúcar.


Licenciada en Nutrición Citlali Alejandrina Rico Camacho.

sábado, 10 de abril de 2010

I love la narcocultura: Heriberto Yépez

La revista Proceso publicó una entrevista que Julio Scherer García realizó a uno de los narcotraficantes arquetípicos de México: Ismael “El Mayo” Zambada.

Hace algunos años hablé con el máximo escritor de Tijuana, Jesús Blancornelas, fundador del semanario Zeta. Uno de los temas que tocamos fue la seducción de la frontera hacia el narco. No olvidaré nunca su cara cuando le pregunté si él no se sentía, involuntariamente, el cronista oficial del Cártel de Tijuana.

Como muchos, respeto a Scherer. Pero si uno lee su entrevista algo resalta: quedó seducido por el narco. La portada habla por sí misma. Amor a primera vista.

Scherer habla del narco “como un imán irresistible y despiadado que persigue el dinero, el poder, los yates, los aviones, las mujeres propias y ajenas con las residencias y los edificios, las joyas como cuentas de colores para jugar, el impulso brutal que lleve a la cúspide”.

México está fascinado por el narco.

A esta sociedad le encanta el narco porque representa el PODER ilimitado. La Silla convertida en Chevy.

El narco “desafía” al gobierno. Como todos odiamos al gobierno, la narcocultura, de inmediato, tiene millones de fans.

Pero —he aquí la clave de la narcocultura— aunque el narco parezca oponerse al gobierno, en realidad, lo subsidia. La narcocultura es la fórmula perfecta para adorar al autoritarismo. Los narcos y los padrecitos son símbolos de lo mismo: el patriarcado.

Los sacerdotes católicos son pervertidos. Por eso la gente puntualmente besa sus manos.

Lo mismo sucede con los narcos. Los adoramos porque sintetizan todas nuestras contradicciones. A la vez querer ser santos y criminales, héroes y culeros.

Ciudadanos, periodistas, funcionarios, empresarios, creemos que nos oponemos al gobierno cuando, en verdad, somos su garrote.

“El problema del narco envuelve a millones. ¿Cómo dominarlos? En cuanto a los capos, encerrados, muertos o extraditados, sus reemplazos ya andan por ahí”, dice (estilizado por Proceso) “El Mayo” Zambada.

Los periodistas —como los escritores o artistas— deben traspasar límites morales establecidos. Gracias a ellos debatimos los extremos sociales. Pero, vamos hablando claro, Scherer casi le pide un autógrafo al “Mayo”, dios-sol.

“La conversación llega a su fin. Zambada, de pie, camina bajo la plenitud del sol y nuevamente me sorprende”. “El Mayo” lo invita al Photo-Op: “¿Nos tomamos una foto?”

Scherer, literalmente caliente, comenta: “Sentí un calor interno, absolutamente explicable. La foto probaba la veracidad del encuentro con el capo”.

Según Lacan, el falo representa al poder. En México, el falo hoy lo simbolizan los narcos, poderosos, cabronsotes, ¡Chingones!

Para decirlo con frases que aquí todos comprendemos —desde mi abuelita hasta Scherer— esta cultura está enculada con el narco. A México ya se lo cargó la chingada.

viernes, 9 de abril de 2010

La Virgen



(Finalmente, recibe mencion el cuento sin título de Gerardo Esparza. lashistorias.com.mx)

Milenios después, cuando el mundo se había transformado, ella regresó. Envuelta ahora en el velo amarillo del arcángel Gabriel era la portadora de las buenas nuevas. Ya no habría Mesías porque la última reencarnación terminó en escarnio público en un cerro de Iztapalapa. Ella no volvería a someterse a las dudas sobre su virginidad, sobre lo imposible de parir seres divinos de forma impoluta, pulcra, sin mancha. Estaba cansada de ser multiplicada en formas absurdas, retratos multicolores, secuestrada por seres vestidos con casullas.
Jamás recorrería Oriente medio a lomos de un burro. En tiempos de Jihads y marines eso ya es muy riesgoso.
No habría pues una nueva venida del Salvador.
Volvió solo para dejar claro que las plagas divinas ya se habían esparcido sobre la sucursal del paraíso que menos utilidades en forma de oración redituaba. A eso volvió, solo a eso.

Gerardo Esparza

Mar adentro

Mar adentro,
mar adentro.

Y en la ingravidez del fondo
donde se cumplen los sueños
se juntan dos voluntades
para cumplir un deseo.

Un beso enciende la vida
con un relámpago y un trueno
y en una metamorfosis
mi cuerpo no es ya mi cuerpo,
es como penetrar al centro del universo.

El abrazo más pueril
y el más puro de los besos
hasta vernos reducidos
en un único deseo.

Tu mirada y mi mirada
como un eco repitiendo, sin palabras
'más adentro', 'más adentro'
hasta el más allá del todo
por la sangre y por los huesos.

Pero me despierto siempre
y siempre quiero estar muerto,
para seguir con mi boca
enredada en tus cabellos.

Ramón Sanpedro

jueves, 8 de abril de 2010

miércoles, 7 de abril de 2010

De Shaggy para el Señor Júpiter

No se meta demasiado a clases. No si quiere escribir.
Aléjese de la macana de los grandes auditorios, de la lengua de los reflectores, del snooze de la cátedra.
No hay nuevos talentos, hay, en todo caso, ganas de coger con mujeres asimétricas, de tomar cerveza y de comer en un país distinto cada semana.
EL orden no es tan necesario como decía Flag's.
Aquí se desconoce la amistad por falta de discernimiento.
Se corta el cordón umbilical.
Aquí es cuando se fractura el período inflexible.
Se pulsa el arco y no pasa nada.

La mejor línea florea en la superficie de la décima hoja de apuntes.
En una octava de sudor el impulso homicida...
Y como un extraño regalo del sueño la noche.


No estamos muertos!
Nuestra orina aún gotea de la orilla de los mingitorios de la universidad, los escritorios siguen con las costras blancas como pruebas de semanas y semanas de parranda y compañeras y maestras atestadas de maldad y brasas.
El hígado va perdiendo días, grados, como nuestra memoria.

Pero no la lucidez mental, ni el albur, ni la vitalidad de la risa.

Aunque sepamos que no es por poco tiempo.
Y que la vida, como decía Bolaño, no es tan corta como se piensa.


NB. En vez de rap me salió puro trash ca'
Cuídese. Ahí andamos.

De Scherer, Zambada y Kapuscinsky: Por Fernández Menéndez

“Si el diablo me ofrece una entrevista, voy a los infiernos…” se puede leer en el último número de Proceso como una suerte de justificación de la entrevista que le hace don Julio Scherer a Ismael el Mayo Zambada. Para buscar una entrevista quizás sí haya que descender hasta los infiernos, pero no sé si hay que hacerlo cada vez que alguien la ofrece. Y dudo que en esta ocasión se haya tenido que llegar tan bajo. Scherer no tiene nada que demostrar luego de su larga carrera en este oficio, es parte de la historia del periodismo nacional, pero en esta labor no puede haber intocables. En lo personal, con toda la admiración que siento por su trabajo, me dio pena ajena verlo en la portada de Proceso, abrazado por el Mayo Zambada, y más pena me dio comprobar que publicara una pieza periodística tan fallida, que la entrevista no fuera tal, que se limitara a una suerte de recreación literaria de un diálogo con el narcotraficante en donde don Julio dejó constancias de las preocupaciones existenciales de éste.

El debate no es si se debe entrevistar o no al diablo o a un narcotraficante, el punto es saber cuál es el objetivo periodístico, para qué es la entrevista, qué se pregunta. Y lo que hemos podido leer este domingo se convierte en una suerte de operación de relaciones pública de un capo del narcotráfico, que se duele de que el ejército destroce puertas cuando lo está buscando o que tiene miedo a la muerte, pero que no dice una palabra (porque no se le pregunta) sobre las miles de muertes que él, directa o indirectamente, ha provocado, y que termina legitimándose al presentarse abrazando a un respetado periodista, que va a buscarlo a dónde él quiere y que no duda en colocar en su texto los elogios que el capo hace de su trabajo, pero no le pregunta ni una vez sobre los enormes daños que ese personaje ha infligido a la sociedad.

Porque allí radica el mayor problema de la entrevista con Zambada. Este cumplió todos sus objetivos; el periodista, salvo tomarse la foto con el narcotraficante, ninguno. Según cifras oficiales, en esta lucha brutal contra el narcotráfico, pero sobre todo como consecuencia directa de los enfrentamientos entre los propios cárteles, hay 29 muertos diarios: uno por día. Seguramente es bueno saber que Zambada tiene una esposa y cinco mujeres, quince nietos y que llora la detención de su hijo, pero ¿no le hubiera preguntado usted qué siente un hombre que está en medio de una batalla tan cruenta, qué se siente cuando se tiene que ordenar la muerte de un adversario, o qué sabe él de esa batalla?

Dice Zambada que nunca se le ocurriría ordenar un atentado contra el presidente, puede ser verdad, pero no le preguntaría usted porqué se ordenó la muerte de tantos oficiales del ejército o de la policía. En el mismo ejemplar de Proceso en el que se encuentra la entrevista con Zambada, hay un amplio reportaje sobre la masacre de jóvenes en Pueblo Nuevo, en el triángulo dorado, en donde operan y tienen un amplio control territorial el Chapo Guzmán y Zambada, ¿no le preguntaría usted porqué tuvieron que morir esos jóvenes que simplemente iban a recoger sus becas de Oportunidades?

A ambos lados de la frontera han muerto por el consumo de drogas, o sus vidas se han visto arruinadas por ellas, millones de jóvenes. Dice Scherer que Zambada le lleva ventaja al gobierno por cuarenta años de experiencia como narcotraficante. Puede ser, pero no le preguntaría usted qué se siente al haber sido, durante cuatro décadas, uno de los promotores directos de esa verdadera tragedia social. ¿O alguien puede creer que es lo mismo vender drogas que jitomates?

Scherer ha sido uno de los periodistas que siempre ha dicho que este oficio conlleva una responsabilidad social. ¿En qué se reflejó eso en esta entrevista?

En la polémica que se generó respecto a la reciente biografía de Kapuscinsky, mucho se habló de la forma en que en su trabajo recreaba con formas literarias pasajes periodísticos de los que no había sido testigo. Se dijo, incluso, que se debería crear una nueva sección en las librerías, intermedia entre la ficción y la no ficción para los libros del notable autor polaco. Al leer el texto de don Julio con Zambada, la larguísima entrada para justificar la entrevista y su desapego por la vida pese al peligro (¿qué peligro si Zambada había hecho la invitación?), cuando en la entrevista se lee a Zambada hablar como una suerte de sociólogo del monte, con un lenguaje que no se adivina como suyo, no pude menos que recordar aquel debate. Y comprender que don Julio en esta ocasión no hizo periodismo, sino una extraña clase de ficción, muy lejana de su propia capacidad e historia.

[[poema_de_los_dones.borges.tryno_maldonado.huiqui]]

Que nobody, vato loko, rebaje to tears or reproche
This declaration de la maestría
De God, que con magnificent ironía
Me dio at the same time those fuckin’ books y la noche.

De this city de libros hizo dueños
A unos oclayos without light, que sólo pueden
Guachar en las libraries de los sueños
Los wirdos paragraphs que ceden

Las dawns a su afán. In vain el día
Lavishes to them sus bukos infinitos,
Hardos como los hardos manuscritos
Que perished in Alexandria.

De hunger y de thirst (narratea una short-story griega)
Se qüitea un king entre fountanas y gardenes;
Yo mal-tripeo sin course los confines
De that alta y deepa biblioteca ciega.

Enciclopedias, atlas, the Oriente
And the Occidente, centuries, dinastías,
Symbols, cosmos and cosmogonías
Brindan los walls, but inútilmente.

Slow in my sombra, homie, la darkness hueca
Chequeo con el walking-stick indeciso,
Yo, que me tripeaba el damn Paradaise
Under the species de una biblioteca.

Something, que certanly no se nombra
Con la worda azar, rige these cosas; Otro ya recibió en otras borrosas
Evenings los lotso bukos y la sombra.

Wolkeando por las lentas galerías
I uso feel con vago horror sagrado
That I’m el other, el dead, ese, que habrá dado
Los same steps en los same días.

¿Cuál de los dos vatos está writeando este poema
De un yo plural y de only one sombra?
¿Does it matters la palabra que me nombra
Si es undivided and one the anatema?

El morro Groussac o el compa Borges, miro este querido
Mundo que se deformea y que se apaga
In a pale ceniza vaga
Que se guacha como el sueño y el oblivion.

Tryno Maldonado

Manifiesto de la Literatura Huiqui

Manifiesto de la Literatura Huiqui

Versión 3.1
I. Axiomas Huiqui:

1.
Toda lectura es escritura: todo lector, un escritor.
2.
Los derechos de escritor terminan en el punto inicial de la lectura. A partir de este punto, sólo existen los derechos de lector.
3.
El primer derecho de lector consiste en despojar al escritor de su texto para reescribirlo. Llamaremos a este acto huiquificación, al conjunto de sus producciones literatura huiqui y al derechohabiente, huiqritor.
4.
El segundo derecho de lector consiste en publicar la referida huiquificación de manera inmediata, tantas veces y en tantas versiones como el derechohabiente considere necesario.
5.
El papel del Internet es el papel natural de la literatura huiqui.

II. Corolarios derivados de los anteriores axiomas:

*
No hay mala literatura, sólo malas versiones esperando un huicritor.
*
La literatura no se crea ni se destruye, sólo se huiquifica.
*
La vanidad pierde al hombre en general y al escritor en particular. La literatura huiqui es un instrumento para acabar con la vanidad, si no del hombre, del escritor.
*
El Quijote es el único texto no huiquificable. Por extensión, el texto en donde Borges huiquifica el Quijote, tampoco lo es.
*
Este manifiesto tiene la modesta pretensión de cambiar para siempre la historia de la literatura (huiqui).
*
Salvo los textos citados en la cláusula a), todo texto es huiquificable, incluido el presente manifiesto.
*
Muchos años después, frente al pelotón de huiquilamiento, el dinosaurio recordó el día en que seguía ahí.

III. Movimientos de la literatura huiqui:

*
Huiquihomenaje: El huiqritor ante la obra de un gran escritor.

*
Huiquisalvamento: El huiqritor ante la maniobra de Isabel Allende.

*
Hara-wiki: El huiqritor antes sus sobras completas.

IV. Procedimientos de la literatura huiqui:

1.
Antes de comenzar, conjugue: yo huiquifico, tú huiquificas, él huiquifica, nosotros huiquificamos, ustedes y ellos huiquifican. Vosotros (esperamos) huiquificaréis también.
2.
Instrucciones para huiquificar:
*
Localice un texto.
*
Exprópielo aplicando el siguiente epitafio:

Con el poder que me confieren
los derechos de lector
expropio este texto
de las manos de su autor
para entregarlo al árbol
de la literatura huiqui.

*
Huiquifíquelo siguiendo alguno de los tres movimientos de la literatura huiqui.
*
Bautícelo según la siguiente convención:

título_original.escritor_despojado.wikritor_1.wikritor_2...wikritor_n.wiki
(ejemplo: don_quijote.pierre_menard.borges.huiqui)

*
Publíquelo de inmediato en www.literaturawiki.org
*
Destape una cerveza, es usted un huiqritor.

1.
Para un primer acercamiento a la literatura huiqui, pronuncie continuadamente la palabra kiwi diez veces (de preferencia sin respirar).

“Gutemberg agoniza”

Oswaldo Zavala, Miguel Tapia Alcaraz, Jorge Harmodio, Marcos Eymar

El Cuadrante de Caborca, abril del 2007.

Ni Madres

martes, 6 de abril de 2010

Edmé García Espinoza

Ansió tener la espina en los puños;
clavarla en un lugar de tantos posibles
para antes de hacerlo, rasguñar mi propia mano
hasta leer: Flor de luna.

Y como la tinta roja estará delgada,
llegará alguien preocupado a exprimir un limón
para que la herida cicatrice mientras la flor se abre,
infectada si se abre… infectada la flor.

Y en la noche; cuando el árbol apeste la noche,
Alguien mirará la luna como si fuera todo ojos,
nacerán las heridas como si todo fuera amor,
yo sorberé la sangre aguada de mi mano...

…y se que nadie notará la flor; de luna no de limón.

lunes, 5 de abril de 2010

El Otro

“EL OTRO es un país.
El otro es un signo de interrogación sin fondo que produce vértigo. Una fotografía nueva para ser descubierta con otra mirada. Aprender a ver el mapa del otro. Refinar la mirada; ajustar el peso de la mirada. Los espejos no son abominables, sino los ojos. Lo que tus ojos ven puede matarte. El otro te mira y te espera desde el hielo y el azogue. El otro espera en el país de la muerte.

Los ojos dividen, categorizan, separan. Los ojos multiplican. My divided eye. My divided I. La luz de vela a punto de extinguirse que borrará mi rostro del espejo. La ligereza helada de luz. Para descubrirte me tengo que volver ligero como la luz. Refiltrar la mirada. No seas mi espejo. Tengo que quedarme sordo y tengo que quedarme ciego para comenzar a entender. Para comenzar a despojarme de ti. Perderé la vista en la isla de los mil y un espejos. Viajaré al otro.

Viajaré al otro como si ese otro no fuese una tierra prometida, sino simplemente una tierra más entre las muchas del planeta. No quiero encallar en la isla de los espejos abominables. No quiero el espejismo de una realidad fácil, predecible. Prefiero la certeza de saber que en primer lugar esta la duda, y después todo lo que resta es producto del tamaño del engaño y la credulidad. Caminaré con pies descalzos sobre la duda. No brasa ni el hielo. No la arena candente de un desierto improbable; no la quemazón de una Antártida del fin del tiempo en la planta de los pies. Yo soy el otro. Soy letra. Soy signo.

Arribaré a la otra costa de mi ser cruzando a tientas el territorio desconocido de mi piel. Saltaré para salir, escapar de mi piel. Saltaré desde el puente de oro de mis dudas hasta el fondo de la nada. El salto me conducirá a mi propia tierra incógnita.”

Juvenal Acosta “Terciopelo Violento”

jueves, 1 de abril de 2010

Viernes Santo

Eloi, Eloi, ¿lama sabactani?

Son casi las tres de la tarde, los crucificados están a punto de desfallecer bajo el encapotado cielo; la gente sigue viendo este espectáculo romano con varia interpretación y mucha sed de sangre. En el Gólgota todo es burla, gritos y pasiones desbordadas.

Comienzan a llegar rumores del suicidio de Judas, alguien dice haberlo visto arrojando monedas al vació, otros hablan de que se fugo con el dinero recibido a una isla del Caribe, alguien que no tiene ni idea de lo que pasa dice que lo invirtió en hipotecas y UDI’s.

A Jesucristo le han gritado aún antes de subirlo a la cruz, le exigen que se desclave, que salve a los crucificados junto con él, y éste, en un gesto que mas bien parece el nacimiento de la ironía le asegura a Dimas que estará con él en el paraíso al morir (o quizá sea el origen del premio a la resignación).

El cielo comenzó a nublarse hace ya tres horas (a la hora sexta, siendo ya la hora nona; el jet lag no permite que me adapte adecuadamente a este horario extraño) mientras comienzan a llegar los avisos de que el templo comenzaba a cuartearse; los contratistas de gobierno se frotan las manos y a salivar como perros de presa, a su vez los funcionarios que años atrás aprobaron la construcción del templo sin los permisos adecuados intentan preparar sus maletas para evadir una sanción de tipo penal.

Se oye nuevamente la voz de Jesucristo rugir llena de desesperación; parece que se ha dado cuenta de que su Padre (Elías me traducen por aquí) ya no va a venir a regañar a los malos que lo crucificaron, ni a reconfortarlo en esta hora donde todo pinta oscuro y presagia tormenta (me pregunto: ¿donde esta el abogado defensor que permitió llegar a estos extremos? la pena de muerte parece justificable pero no al nivel del martirio) vuelven los rumores absurdos de santos ya muertos que salen de sus tumbas y regresan a la santa ciudad (lo que demuestra el nivel de imaginación de este pueblo).

La tierra comienza a temblar y maldigo al agente de viajes que me recomendó venir a Jerusalén en esta época del año; la gente corre y yo me quedo parado bajo la cruz del Nazareno esperando aun con esperanza que baje y se salve; el centurión y los demás guardias que acompañan la cruz están impávidos viendo este espectáculo, juran que esto es obra de Jesús muerto para probar que si era hijo de Dios (es decir; que permitió que lo jodieran solo para mostrar que estaban en un error; eso es orgullo y no insignificancias)

Jesús; según mi poca experiencia en rigor mortis falleció hace algún rato ya, no ha resucitado, ni lo hará según parece; el humano hijo de Dios al que asesinaron los humanos (el barbarismo aquí pudiera ser omitido, pero no quedaría clara la intención) no se salvó de la muerte sin recompensa futura; solo fue muerto en la cruz en un juicio sumario e inconsistente; para 2 milenios después agenciarle nuestra absurda espera de ganarnos el cielo.

Gerardo Esparza

miércoles, 31 de marzo de 2010

Un dos tres, probrando probando...