lunes, 10 de mayo de 2010

Adán (en reconstrucción)

Al salir de la biblioteca le pesaba la carga de sabiduría de la humanidad.
En él habitaron hombres de cavernas que no conocieron palabra alguna, comunicantes de sonidos guturales. Hombres de pinturas rupestres y alimento por sobrevivencia.
Se agolparon sobre él hombres ilustrados, hombres que hablaron en cartas y llamadas trasatlánticas, hombres estudiosos, de obesidad mórbida y colesterol alto.
Lo invadieron milenios de evolución.
Abandonó, al salir de umbral del frío recinto de ideas enmarcadas en papel, abandonó también palafitos y noches de luz de luna y sueño a la intemperie, para dormir en alturas insospechadas protegido por baldosas de mármol y sabanas de algodón.
Fue entonces, siempre, naturaleza.
Deforestó selvas, construyó nidos de cemento, edificó bosques de acero y hormigón, se bebió ríos enteros, se mutilo y se ensucio con miasmas producidas por él mismo.
Se apropio pues, de siglos de sofisticación. De conocimiento milenario.
Avanza entonces sobre la acera solitaria.
Percibe, al salir, un aroma transtemporal, enigmático, rancio, a frutas que ya no existen, a higos y uvas eternas, olor salvaje, por el que ha sido desterrado, herido en mil afrentas, por el que ha capitulado una y otra vez hasta la muerte. Perfume arcano que lo hace escribir otra vez. Ese mismo olor que lo perdió una vez y siempre.
Camina enfebrecido tras su estela de humo frutal, frugal, vaginal. Va dejando a sus espaldas siglos de evolución y milenios de vejaciones que le han inflingido (que ha inflingido).
Piedra a piedra se derrumban los argumentos evolutivos, el progreso permanente, el avance del hombre, el reinado de la ciencia y la razón, de la superioridad del hombre que piensa.
La ve.
Lo inunda el recuerdo de miles de años, luz que ciega y muestra el camino.
En sus ojos destella el principio de la humanidad.
La reconoce. Un rito permanece intacto, eterno. Él vuelve a las cavernas.
Adán y Eva vuelven a encontrarse otra vez, en otra piel, con otro nombre.

Gerardo Esparza